La crisis sanitaria y la crisis planetaria.
Todo este asunto del coronavirus COVID19 y la crisis que ha generado, demuestra cuan precario es el equilibrio de nuestro estilo de vida y lo ha hecho de una manera mucho más efectiva que el cambio climático, ya que la afectación sobre nuestra cotidianidad ha sido casi inmediata, no ha venido de la mano de plazos de 50, 30, 20 años como ocurre con las políticas ambientales ni nos ha dado tiempo para prepararnos.
Debemos pensar también en las consecuencias que esta crisis tendrá en comparación con la crisis ambiental, ahora el “enemigo” al que queremos “vencer” es un virus (muy interesante el uso de lenguaje bélico y la búsqueda del enemigo común), pero ya veremos como “vencer” cuando el “enemigo” sea nuestro propio planeta y las condiciones de inhabitabilidad provocadas por nosotros mismos.
La crisis sanitaria puede tener muchas lecturas si la observamos desde distintos prismas, ahí van un par que nos parecen interesantes.
El territorio y la vida urbana.
Una cosa que ha dejado clara este virus es que nuestra ocupación del territorio es poco sostenible, no solo a nivel ambiental, también a nivel social y de salud. Las concentraciones de población, las densidades a las que nos sometemos hacen que un virus de estas características se propague con facilidad. Apostamos por la concentración ya que suponía un uso más racional del espacio y más sostenible, pero al plantear la ciudad como un producto de consumo la hemos hecho crecer sin más perspectiva que el rendimiento económico del suelo. Es así como hemos creado áreas metropolitanas casi ingestionables en la escala humana y social, pero fácilmente gestionables como áreas de acumulación económica. Ahora se da la vuelta a la tortilla.
La vida urbana, obviamente, se ha visto afectada por la crisis sanitaria. En primer lugar queremos hacer una aclaración y exponer que ahora las divisiones urbano/rural son casi inexistentes, así que al hablar de vida urbana podemos referirnos a la vida que se da en las relaciones humanas en casi cualquier espacio antropizado y en las redes territoriales en las que se inserta. Retomando, esta vida urbana se ve afectada ya que se han limitado físicamente, no socialmente y esto es importante y lo veremos más adelante, todas las relaciones que crean la vida urbana o, mejor aún, la vida en el espacio urbano. Pero preguntémonos ¿cuánta de esa vida no estaba definida y dedicada al consumo? ¿Cuánta de esa vida era comunitaria? Es decir, deberíamos pensar si la vida urbana anterior a la crisis sanitaria tenia de urbana algo más que el escenario o si era, como dijo Bauman, una vida de consumo. Cierto es que a mayor concentración, mayores posibilidades de consumo, pero pensar que la vida en pueblos que llamamos rurales, no está en ningún punto mediatizada por el consumo y por la vida urbana del núcleo denso más próximo, parece un poco ingenuo, a excepción de espacios límite muy aislados, despoblados…
Es asombroso ver como al distanciarnos físicamente y limitar nuestra capacidad de consumo en el espacio urbano, han empezado a surgir multitud de iniciativas comunitarias. Parece que, ahora que dedicamos menos tiempo a consumir, podemos dedicar más a nuestros semejantes. Encontramos personas que comparten recursos contra el aburrimiento, que ponen a disposición del resto materiales para la educación de los niños y niñas de la casa, que regalan su arte por los balcones… pareciera que, roto el binomio producción/consumo en el que se basa el capitalismo, en mucha gente ha aflorado el “buen salvaje” que llevamos dentro. Ojalá esto se pudiese mantener, ampliar, mejorar, pero las premuras económicas que conllevarán estos momentos de parón económico, supongo que harán que volvamos, con más fuerza y agobio, a nuestras vidas anteriores y creo que no será una casualidad.
Se diría que, al confinarnos, la vida y el espacio urbano han perdido sentido, pero ¿tenían sentido antes o no es más que el efecto de un sesgo de retrospectiva en el que cualquier tiempo pasado fue mejor? Según leo por ahí, nos acogemos a una vida urbana ideal, a un deber ser, pero que casi nunca fue en realidad. Esa vida urbana que añoramos por el confinamiento casi nunca ha existido.
Pasemos ahora a la unidad más pequeña de la vida urbana, la vivienda. Se nos ha confinado en la comodidad de nuestros hogares, o eso es lo que nos dicen en los noticiarios diseñados para la clase media, para toda aquella persona que se encuentre en la media, en la normal… ¿Qué hay de esa gente en Madrid que vive en bajos de 26m2 interiores por los que paga una barbaridad? ¿Esa es también la comodidad de su hogar? ¿Y los, en otro tiempo famosos, pisos patera o las camas calientes?¿Y las personas que no viven separadas por problemas económicos?¿Y aquellas que viven el peligro de compartir confinamiento con alguien que les odia a muerte? ¿Es todo eso la comodidad del hogar?
Nuestra vida urbana en la mínima expresión de las viviendas, no está preparada para el confinamiento y, lo siento ya que sé que esto no está de moda, pero es un problema de clases. Estos días habréis visto a deportistas confinados haciendo ejercicio en sus gimnasios, corriendo en su parcela de césped, paseando por salones 4 veces del tamaño del bajo de 26m2… Nuestra sociedad no está preparada para un confinamiento dado que no puede ofrecer el mismo cuidado para todas las personas confinadas y, esta calidad de confinamiento depende, de nuevo, de la capacidad económica. Tenemos gente en minipisos o pisos abarrotados que si no trabaja no cobra y acabará teniendo problemas para conservar esa vivienda, al tiempo que tenemos gente en mansiones que no necesita trabajar para mantenerlas. Hablo de los deportistas ya que es algo que hemos podido ver, pero pienso en todas las megafortunas del planeta, que buscan como pagar los menores impuestos posibles, impuestos con los que deberían funcionar políticas públicas como la sanidad y los servicios sociales, pero que luego hacen ostentosas y caritativas donaciones con beneficios fiscales, siempre menores al total de impuestos que deberían pagar, por supuesto.
Gobernanza y control social.
Ningún aspecto relacionado con esta crisis se ha gestionado de manera comunitaria, ningún plan ha contado con la comunidad como referencia. Como ocurriera con la participación, se sigue creyendo que somos demasiado tontos para formar parte de la decisión de los temas que nos afectan. Se ha preferido atomizarnos, individualizarnos, que seamos sujetos de las decisiones de otros y del miedo e inseguridad que estas generan, y así nos encontramos que cada uno va al supermercado a satisfacer sus necesidades individuales, en competencia con el resto, en lugar de organizar una red comunitaria de solidaridad y cooperación.
Pero, ¿una gobernanza comunitaria de crisis sería posible? ¿Qué características tendría? Y los más importante ¿de dónde sacaríamos tiempo para planificarla? Desde luego no sería sencillo, habría que definir unas unidades mínimas comunitarias, roles, turnos, comunicarlo, dejarlo claro y por escrito una vez consensuado y que fuese homogéneo y replicable. ¿Sería imposible? Pues no lo creo ya que en poblaciones pequeñas hemos visto que ha ocurrido y también con sectores concretos, como las personas mayores, han aparecido redes de apoyo. Obviamente siempre habrá que lidiar con personas egoístas e insolidarias, pero ¿acaso no lo estamos haciendo de todas formas?
No hay nada como un ambiente de miedo, inseguridad e incertidumbre para imponer unas decisiones desde arriba como las que estamos viviendo. El panorama que se nos presenta está a la altura de las mejores producciones de Hollywood: encerrados en casa, un enemigo invisible fuera, hospitales de campaña, cifras de bajas y un futuro totalmente incierto a nivel económico.
De todo esto, la incertidumbre económica es muy preocupante por los problemas sociales que puede generar a largo plazo, las tensiones y la profundidad a la que puede llevar la precariedad heredada de la crisis inmobiliaria-financiera de 2008. Todo esto es más que probable que ocurra, la bolsa ha dado muchas pistas de que de esto se va a salir, sí, con ellos los primeros. Pero, ¿qué se espera de la gente dejada a la deriva? ¿qué se espera de nosotros cuando nos podamos abrazar pero no podamos comprar comida, o pagar el alquiler, o los recibos de servicios…?
Ahí es donde creo que es importante la lucha de los conceptos. Se habla de “distanciamiento social” cuando en realidad esto es un distanciamiento físico, se nos aparta a unos de otros en el espacio, se nos pone lejos en lo físico, pero espero de verdad que no nos distancien en lo social. De momento parece, como he comentado, que en lo social siguen ocurriendo cosas, ingenuas, naïf , si se quiere, pero ocurren. Si al final es así, si acaba siendo un distanciamiento social es cuando se pondrá en peligro la solidaridad que vemos ahora, o parte de ella. Si se nos individualiza en lo físico y en lo social es cuando podemos empezar a ver, de manera generalizada, al diferente como amenaza, como competencia, como enemigo. El otro día escuche a un afamado periodista que de estas situaciones se puede salir o potenciando o recortando las libertades, si el distanciamiento se vuelve social habrá una respuesta clara a esa dicotomía.
Parece que se nos ha apartado físicamente pero nos hemos acercado como ente social, de nuevo digo que probablemente de manera muy circunstancial, pero espero que esto sirva para que la solidaridad vaya a más y no a menos, para que recordemos que, quienes más sufren hoy, muy probablemente también sufrían ayer y sufrirán mañana.
Conclusión: hacia una vida menos insufrible.
No es propósito de este blog definir un programa político de largo recorrido que solucione los problemas del mundo, de hecho lo que sigue no son más que ideas a vuela pluma, una carta a los reyes desde lo que creo que es el sentido común a la hora de contestar a la pregunta ¿que podemos aprender de esto? ¿qué cambios habría que llevar a cabo?
Hay una cosa que me parece muy obvia. Estamos preparados para una hipotética guerra con alguien, tenemos contratos de suministros de misiles, aviones de combate, fragatas, tanques… que espero que no utilicemos nunca, como poco no los hemos utilizado hasta ahora, pero no tenemos mascarillas para los sanitarios, no tenemos respiradores, no tenemos camas de UCI, ni espacio en los hospitales. No digo nada sobre cuestionar el gasto militar, ya habrá tiempo, pero si tenemos todo ese material militar “aparcado” creo que debemos pensar en tener también hospitales con espacio vacante de sobra, palés y palés de mascarillas, respiradores en un almacén sin estrenar y, sobre todo, debemos plantearnos si estos recursos deben depender del mercado global, de las redes comerciales de la globalización… o si deben asegurarse en su fabricación y suministro.
Otra cosa importante es la necesidad de definir políticas y los aspectos educativos de las mismas, orientadas al fomento de la solidaridad y la justicia social, para poder vivir esa vida urbana que esperamos que exista de manera no testimonial, que no sea la excepción sino la regla. En este aspecto urbano recuperar la escala parece algo necesario, ocupar el espacio con eficiencia implica no utilizarlo como valor de cambio si queremos que la escala humana sea posible. Es complejo plantear el recuperar la escala humana en el Área Metropolitana de Barcelona o en la conurbación de Madrid, pero tendríamos que empezar a pensarlo como estrategia para una ciudad más equitativa y un sistema menos depredador con el medio. A nivel de vivienda es impensable que esta siga siendo un bien de consumo, cuando es algo que se debe asegurar a todas las personas con unas condiciones mínimas y adaptables al ciclo vital para que, realmente, nuestro hogar sea ese espacio de comodidad y no de pesadilla.
A nivel económico y de cuidados, la renta básica empieza a ser un elemento incuestionable, esta crisis lo ha hecho evidente, pero ya lo era anteriormente. No puede ser que todos los cuidados en los que basamos la acumulación en el sistema capitalista sean a cuenta de los y, sobre todo, las cuidadoras. Realmente este no es un cambio profundo ni revolucionario, no implica hacer caer el sistema, por muy deseable que pueda parecer, simplemente supone partir de una situación económica más justa dentro de este capitalismo.
A nivel de gobernanza sí se necesitan cambios profundos, hay que definir una manera más colaborativa para la gestión de los problemas, hay que dar tiempo para que las personas se impliquen en estos sistemas y que no dependa siempre de su tiempo libre, hay que establecer una educación cívica, comunitaria si se quiere, que nos prepare para la cooperación, hay que definir canales de información eficaces, trabajar en los barrios e incluso comunidades menores dependiendo de la escala. Todo esto implica un gran trabajo que hay por delante y que empieza a ser realmente urgente ya que, gran parte de los procesos de participación que se realizan, no tienen una verdadera capacidad de influencia en la organización de la gobernanza.
Para finalizar parémonos a pensar; en estos momentos vivimos un experimento social a escala planetaria como no se ha visto antes, la información que se saca de esto no es poca cosa, los creadores de algoritmos, los asesores políticos, las empresas de publicidad… no se han visto en otra. Los resultados de todo esto ya los veremos, pero sería de bobos pensar que esta información no va a utilizarse por parte de Bill Gates, Google, Facebook o cualquier ”Cambridge Analítica” que haya por ahí. Esto es preocupante en sí mismo, pero también lo es por lo que ha dejado de tener importancia, lo que ha dejado de estar en las conversaciones ya que todo se monopoliza por el coronavirus. Temas como el cambio climático han dejado de estar en el debate, noticias como que se ha autorizado al INE el uso de nuestros datos de operadoras móviles para monitorizar nuestros movimientos o la crisis de refugiados han desaparecedo de la primera página, casi diría que de todas las páginas. Preocupa también que, cuando todo esto pase, estos temas no serán prioridad de la gente, ocupada en otras cosas como su subsistencia inmediata. Costó que estos problemas y las políticas que se les asocian estuviesen, de forma precaria, dentro de las prioridades, pero va a costar bien poco que dejen de estarlo.
Mientras todo esto pasa, cuidémonos, pensemos de manera crítica y preparemos el envite… por si acaso.