LA INNOVACIÓN IMPUESTA O EL PRET-A-PORTER INTELECTUAL.

Ya hablamos de todo esto de la innovación en un MISC de hace un par de años, pero volvemos a reflexionar sobre la innovación ya que parece que el concepto ha vuelto a la carga. Encontramos referencias a la innovación en concursos para contratos públicos, discurso de instituciones y empresas, justificación de proyectos, productos… todo es innovador.

Pero empecemos por dejar claro que no estamos contra la innovación, solo que creemos que hay que definir bien qué es y separarlo de un uso claramente comercial y propagandístico del concepto.

Haciendo autocrítica, tanto nosotros como muchos colegas en los que confiamos y respaldamos en su rigor, hemos caído en justificar ese uso, en permitir que “el potencial de innovación” sea un criterio SUBJETIVO en las valoraciones de concursos, también hemos “azucarado” la redacción de propuestas encajando todo esto de la innovación con calzador, pero ¿para qué? Si tenemos unas metodologías que han demostrado funcionar, aunque obviamente necesiten mejoras en algunos aspectos para adaptarlas a nuevas realidades, ¿cuál es la razón de que tengamos que vender todo lo que hacemos como innovador?

La innovación como proceso.

Como hemos dicho, no es que estemos en contra de la innovación siempre que ella suponga un proceso coherente, de largo plazo por definición, circular, acumulativo, continuo y, en la medida de lo posible, colaborativo y no centrado en la competencia y, menos aún, como elemento base de ella.

¿Cómo entendemos ese proceso? Si de lo que se trata es de implementar nuevas prácticas que tengan impacto en la sociedad, nada más y nada menos, ese proceso debe ser lento, reflexivo, contrastado, acumular prueba-error… en definitiva, debe ser un proceso en el que se trabaje por destilación, separando lo que no funciona, condensando lo que sí lo hace y con una importante componente de transferencia de conocimiento.

Este proceso de trabajo cobra más importancia si cabe cuando de lo que hablamos es de metodologías y técnicas para la investigación e intervención, base como veremos después, de esos procesos de innovación social.

Innovamos en metodologías que permitan procesos de innovación que posteriormente innoven las metodologías… todo muy complejo y rocambolesco… o no?

Sin tener todo este galimatías en mente, lo que para nosotros es cierto es que cuanto más tiempo y más pruebas mayor será la eficacia de algo, pero esto parece imposible en un momento en el que lo que prima es la rapidez, el innovar ahora, mañana y siempre.

Nuevos nombres para viejas cosas.

En todo esto de la innovación nos vemos sepultados por la avalancha de los conceptos, nuevos conceptos todo el tiempo, innovación social, innovación urbana, emprendimiento social, economía colaborativa, diseño basado en el usuario… ¿De qué hablan estos conceptos? ¿De verdad existe toda esta variedad conceptual? ¿Tantas innovaciones en unos pocos años? Recordemos que aquí tratamos sobre todo de innovaciones metodológicas o técnicas que tendrían que venir de la mano de cambios en las teorías que definiesen nuevos paradigmas de investigación e intervención, de lo contrario parece que la innovación es solo un criterio de venta.

Por ejemplo, si nos centramos en innovación social podríamos convenir que no es más que otro nombre para el diseño social que ya surge en los años 70, por ejemplo con Victor Papanek, conjuntamente con las primeras acepciones del design thinking, con Herbert Simon, o con las de la investigación participativa de Paolo Freire. De hecho el mismo concepto de innovación social ya surge a mediados de los años 80, por tanto parece que sí estamos buscando nuevos nombres para viejas cosas y actualizando todo como criterio de marketing. 

Lejos de criticar estos conceptos, cuyas definiciones podrán encontrar sin esfuerzo, hemos de dejar muy claro que todos ellos nos parecen acercamientos perfectamente válidos, pero deberíamos centrarnos en lo que quieren decir y no en lo que permiten aparentar. Hay, de hecho, nuevos enfoques para estas metodologías y procesos que son extremadamente interesantes, como el que supone el Doble Diamante del Design Council, que efectivamente introduce una innovación en el hacer, pero bajo el mismo paradigma (las personas en el centro, visualmente inclusivo, colaborativo, prueba-error), estableciendo un diseño de proceso no lineal y muy bien definido… creado a primeros de los años 2000.

Pero enfoquemos ahora la innovación en lo que sería la metodología de investigación social cualitativa; hemos llegado a ver valorado como innovador el hacer un estudio demográfico previo a una intervención, a nosotros como gente de las ciencias sociales, nos parece increíble… un estudio demográfico es un MUST, ¿quien no hace un estudio demográfico? Y un estudio de las redes de agentes, un mapeo social o de recursos… ¿De verdad el valor de esto es que es “innovador”? Terrible. El valor debe ser que esté justificado, que tenga eficacia para los objetivos y no andar buscando nombres cool que no dicen nada como “análisis de la vitalidad humana de la zona” para decir que mirarás las pirámides de población y la distribución demográfica… es ridículo. Si en un proyecto se tercia hacer entrevistas o grupos de discusión, ambas técnicas más antiguas que el botijo, ¿Por qué voy a dejar de proponerlas por miedo a que se considere poco innovador? ¿Por qué esta autocensura?

Pero, ¿a santo de qué tanto innovar?

Creo que la propia definición de la RAE nos puede dar luz sobre el tema, concretamente su segunda acepción que es “creación o modificación de un producto, y su introducción en un mercado”. 

La primera parte esta clara, se refiere al proceso, a todo eso que hemos estado contando hasta ahora relacionado con las formas de hacer, pero la definición tiene otra parte, en la que entra colocar la innovación en el mercado… un mercado que pudiendo ser un medio, parece que se convierte en el fin mismo del proceso.

Con esto presente, todo el discurso del valor social, del impacto positivo y bla bla bla se pierde, la innovación se pone en el mercado, se convierte en criterio de competencia cuando el paradigma de la innovación habla de colaboración y beneficio social. Todo esto supone que hay que innovar rápido, hay que poner todo esto a nuestro favor, hay que venderlo, colocarlo en el mercado… y así llegamos a la lógica del consumo, al emprendimiento, a la economía colaborativa de beneficio privativo y los demás maquillajes de la pos-pos-modernidad. 

La innovación que se produce de esta manera es de usar y tirar, busca solo la inmediatez, lo viejo no sirve y las cosas se hacen viejas rápido, así que a inventar todo el rato, ¿qué más da que tengamos un sistema de trabajo que funciona o que se podría testear en nuevos contextos? Lo hecho a la basura, vivimos en la fiebre de siempre novedad.

Es triste ver, casi en cualquier campo, que lo que antes era un valor (la durabilidad, “eficacia probada” decían), ahora se convierte en un inconveniente… así que nos vemos obligados a “disfrazar” lo que hacemos con vestidos de innovación, a inventar palabros, jerga, perdiendo eficacia y la posibilidad de una innovación real. Hacemos con la innovación lo mismo que con la moda, convertimos la innovación en un pret-a-porter intelectual.

Participación: entre lo difuso y lo atomizado.

Hemos asumido que la participación debe ser atomizada, se le da más valor que nunca a la participación individualizada, la que no comporta diálogo, negociación, consenso ni unión de fuerzas. Se expone cada vez más que la participación es un derecho individual, algo que no es necesario ejercer con otras personas y de ahí que nuestra influencia individual sea cada vez más difusa.

El poder ejerce su influencia en base a la unión, al lobby, con estas herramientas rediseña políticas, promueve intereses… mientras las personas, aisladas, pretenden ser tenidas en cuenta a base de clics en la web municipal de turno y se les repite, hasta la saciedad, que las entidades sociales no son representativas, que no sirven, que son antiguas… y lo son, casi tanto como los lobbys empresariales.

Es evidente que hay que mejorar los elementos estructurales que permitan una participación efectiva, pero nadie ha dedicado tiempo desde la administración a mejorar esto, bien por ser contrario a sus intereses, bien por estar hipnotizados por los cantos de sirena de las TIC como panacea, todos han dejado que la representación social ejercida a través de entidades sociales vaya muriendo poco a poca hasta ser irrelevante y, consecuentemente, ha desaparecido el espacio donde participar de manera autónoma, donde hacer política fuera de la institución, pero solo para aquellos sin poder para generar un espacio de poder paralelo. Las administraciones reconocen a unos actores sociales mientras eliminan espacios políticos que pueden suponer conflicto o competencia, sobre todo en el ámbito local. No hay que pensar demasiado para saber que un político se reúne con un empresario importante, no por que sea representativo del resto de empresarios, sino por su capacidad de coerción y su significatividad. Esto ya no ocurre con ninguna entidad social local del ámbito vecinal, cultural, asistencial…

Nos hemos perdido en debates estériles sobre la representatividad, obviando que la participación tiene una base cualitativa y apostando solo al “cuanto más mejor”, lo que evidencia el potencial propagandístico de la participación y como este ha ganado la batalla a la rigurosidad metodológica y al diseño de muestras. Hemos olvidado que los grupos sociales ostentan la representación de discursos, que estos no tienen que ser grupos o asociaciones con miles de asociados para haber hecho una buena lectura del tema que defienden y hemos olvidado que la participación se basa en la dinámica social, en el cambio social, en definir mejoras desde abajo, no solo en ayudar a que las políticas públicas se acepten en base a un dudoso consenso en el que no se puede disentir.

Al final existe siempre un extrañamiento e incredulidad sobre la desafección de la gente respecto a la participación, la frase de siempre; “es que la gente no participa”, es muy esclarecedora si le damos la vuelta y nos preguntamos en qué participa la gente. Eso nos hace preguntarnos por la cultura participativa, ¿se hace algo para que la participación sea parte de la cultura como lo es el trabajo o el ocio? ¿Se hace algo para que la participación tenga una acogida social y espacios dedicados a ella como los tiene el consumo? Todo ello genera una incomodidad tan grande y nos hace ver con tanta claridad hasta dónde necesitamos implementar cambios, que normalmente miramos hacia otro lado esperando que la avalancha no nos pille de lleno. Pero, en este clima, quien va a reivindicar la participación en unos años? Quién va a ver en ella un elemento útil de respuesta social? Quien va a dedicar su tiempo, cada vez más escaso, a la participación? Lo hemos visto con el COVID-19, ha habido conflictos por la sanidad, la dependencia, la educación… pero las políticas relacionadas con la participación se suspenden y nadie ha dicho nada… Esto es claramente entendible desde el momento en que la participación, tal y como es definida desde la administración, no da ningún poder a quienes participan y tienen un único papel como elemento de justificación de políticas dadas, sin capacidad de influir en el proceso, casi siempre solo espectadores y espectadoras. El entrar a definir participación en el diseño de políticas públicas, tal y como se hace ahora, era una especie de inicio, una puerta que atravesar para ir más allá (pasar de los presupuestos participativos basados en elección de alternativas a los que suponen debate de base sobre las inversiones, pasar de procesos tutelados a capacitación de las entidades sociales…), pero para muchas administraciones se ha convertido en el máximo que son capaces de delegar y eso genera y generará fricciones con quienes participan y también con parte de la esfera profesional de la participación, ya que realmente hay  otra parte de la profesión que se siente muy cómoda en esta situación en la que no hay que “mancharse las manos” y pueden verse entre el grupo de “cuellos blancos”.

Dicho esto, creemos que queda claro que, en la actualidad y la realidad de esta democracia, la participación está demasiado tutelada por la administración, cuando en realidad el origen de la participación se encuentra en procesos de trabajo emancipadores, pero ahora se ve muy poco de esto. Nos queda claro también que la participación digital, mal llevada, cuando desplaza cualquier capacidad de unión de fuerzas y diálogo, es una trampa que solo aporta sesgo en aras de una hipotética garantía de participación, sesgo que se une a otros y que siempre afecta más a las capas infra-representadas de la sociedad. En este sentido dudamos de que garantizar la parte digital de la participación mejore la capacidad de participar de un colectivo de inmigrantes sin papeles más que establecer espacios de diálogo abiertos con ellos y entre ellos para recoger discursos y propuestas sobre un tema X, pero en muchas ocasiones se toma en cuenta la “capacidad” de la tecnología de universalizar una participación claramente “de clase media”.

Al final, todo esto provoca que la participación haya caído en una especie de lógica consumista, en la que los encuentros son espacios de consumo de tiempo, de ideas, de fuerzas, pero que no derivan en soluciones más resilientes sino en en satisfacción momentánea, donde el debate abierto no tiene valor, no se cuestionan las cosas de base, es decir, se va a hacer un proyecto y te llaman a participar, pero en ningún momento podrás debatir sobre el valor o la necesidad del proyecto, ese es el producto que nos obligan a comprar.

Hemos hablado de la esfera profesional, y sin temor a ser corporativistas, nos parece importante hablar algo más de nosotras mismas. En los últimos años la profesión está siendo esclavizada por el LOW COST, proyectos siempre escasos en dinero y en tiempo, contratos que no dejan espacio para hacer nada de manera diferente, en los que se fiscaliza hora por hora de lo que se hace, calculando exactamente el precio de la hora y desdeñando el valor, utilizando a los profesionales como un parapeto entre la gente enfadada y la administración y sufriendo concursos dirimidos siempre o casi siempre por el precio más bajo y la mayor capacidad de explotación, a uno mismo o, en el peor de los casos, a otros, bajo el auspicio de una ley de contratos cada vez más draconiana. Ese es el panorama de una profesión a la que se puede pertenecer, además, sin tener a penas noción ninguna de los conceptos básicos, simplemente diciendo que “haces participación”.

Es este panorama el que ha permitido que la Investigación-Acción Participativa, origen de lo que llamamos a secas participación, haya pasado de ser una metodología de investigación social de primer orden con un claro enfoque en la práxis y con la que se han resuelto graves conflictos sociales, a ser una especie de juego, de evento a ser posible multitudinario, sin tiempo ni presupuesto para cuidar el “Cómo” y totalmente centrado en el “Qué”. 

La “nueva normalidad” o el neoliberalismo sin máscaras.

Nos hemos tomado con calma la reflexión sobre esto de la “nueva normalidad”. En cuanto se empezó a utilizar este neo-vocablo las referencias a la neolengua y al 1984 de Orwell nos hacía poder escribir solo desde el cabreo más absoluto. El tiempo ha pasado, mucho se ha escrito y de hecho ahora ya no se usa con la efervescencia del inicio y se escucha más lo de la desescalada, las fases… pero en el fondo no se puede ocultar la perversión tras este oxímoron que predice que va a ser normal todo aquello que antes habríamos negado como normal.

No dudamos en que todo lo que está pasando va a afectar a lo que conocíamos como normal a nivel cotidiano, a como nos moveremos, a nuestras anteriormente innegables libertades y que esto va a ocurrir mediante ciertas imposiciones desde arriba. Aquí no somos expertos en temas de salud, así que no valoraremos si todo esto es exagerado ni si en Asia llevan tiempo aplicando en su normalidad aspectos de lo que aquí va a ser la “nueva normalidad”, pero además no parece la reflexión más interesante. Para saber a qué nos enfrentamos cuando se habla de “nueva normalidad” estaría bien señalar cuál era la “vieja normalidad” y que cambios va a sufrir, supuestamente.

La pandemia ha borrado muchas cosas, ha borrado espacios de relación, movimientos, contaminación en las ciudades, redes de apoyo debilitadas por el distanciamiento y parece que ha borrado también la memoria. La pandemia ha evidenciado problemas asociados al confinamiento como la mala calidad de las casas, las desigualdades inherentes al mercado de la vivienda desregulado, la precariedad de pequeños autónomos, de las actividades estacionales y de todas las personas que sobreviven en la economía informal… En muchos casos hemos encontrado gente que cree que esto es así a causa de la pandemia, que es el COVID-19 el que ha provocado o agravado esta situación desastrosa a la que nos enfrentamos y ahí es donde decimos que la pandemia ha borrado la memoria ya que todo esto existía antes en niveles igualmente dramáticos. Tenemos todos los informes FOESSA, los de Acción Contra el Hambre, OXFAM… advirtiendo hace tiempo de los fatales efectos de la mala salida de la crisis anterior, el incremento de los niveles de pobreza, la precariedad, los “trabajadores pobres”, la pobreza energética… Es innegable que la pandemia afecta a todo esto y lo agrava pero es que la situación de partida de la “vieja normalidad” no era un cuento de hadas.

Convengamos en que la “vieja normalidad” estaba plagada de desigualdad, una desigualdad que no se veía hacía tiempo y que la pandemia ha visibilizado al hacer desaparecer los pequeños elementos compensadores de esa desigualdad como los espacios urbanos de relación, equipamientos culturales, centros sociales, comedores escolares… pero dentro de esta situación más crítica, el neoliberalismo podía seguir abriéndose paso gracias a sus viejas promesas de valores como el esfuerzo/recompensa, libertad para moverse, comprar, consumir en realidad todo cuanto se quiera, siempre que la renta accesible lo permita, claro. Todo muy de clase media que espera poder subir al siguiente ascensor social, pero el COVID-19 ha mostrado que ese ascensor tiene un mecanismo mucho más débil de lo que queríamos creer.

Visto como era la “vieja normalidad”, qué podemos esperar de la nueva? Obviamente que sea un neoliberalismo más duro, de peor cara, en el que pasemos de aquello del ecofascismo al fascismo sanitario, que aumente el control sobre cierta población, que aumente el poder de quienes viven de rentas del capital y se precarice más a quien vive de rentas del trabajo, aumento de los productos de la lista de la compra (geles hidroalcohólicos, mascarillas), más regulación en los puestos de trabajo y más desregulación en el mercado laboral, casi seguro un aumento de los impuestos indirectos… En definitiva no es más que el aceleramiento y agravamiento de las peores situaciones de la “vieja normalidad” como forma de garantizar la supervivencia de un modelo de acumulación fallido.

Recordáis todos aquellos discursos del capitalismo verde, de refundar el capitalismo, del capitalismo con buena cara, de las Terceras Vías? Pues de eso nada de nada, otros rastros de neolengua para dar una patada hacia adelante al balón del neoliberalismo más duro, que ahora muestra su cara. Un sistema como este, basado en la necesaria existencia de desigualdad de oportunidades, en el mantenimiento de situaciones precarias por el bien de la acumulación y en la culpabilización de los precarios por su falta de esfuerzo, no puede pervivir con “buena cara”, más pronto que tarde tiene que enseñar los dientes. En este caso los dientes van a ser el aumento del control, la rotura de redes de solidaridad y la asfixia económica para la mayoría. Así se genera una situación totalmente individualista basada en el aislamiento social, un “sálvese quien pueda” muy proclive al “cualquier trabajo es bueno”.

Nos equivocamos si vemos en esto una reacción pendular, es cierto que se ha ido del capitalismo de buena cara a un capitalismo duro en el que todas sus supuestas ventajas quedan en suspenso, pero en realidad este movimiento no abarca toda la amplitud del péndulo, nos movemos solo en un pequeño ángulo, el que permite el neoliberalismo.

Ver como se ha gestionado la crisis y algunas de las reacciones provocadas nos da un espejo en el que predecir el futuro: 

  1. El comercio de las plataformas electrónicas fue de las primeras cosas en estar asegurado, nadie ha dejado de poder comprar en AMAZON y sus iguales, de hecho durante unos meses se ha asegurado que no existiera competencia para estas plataformas y se ha introducido, a la fuerza, en este tipo de consumo a personas que no se lo habían planteado hasta el momento. Ahora se erige como una manera “segura” de seguir consumiendo, ya no hay pugna por la “uberización” de la economía, ya está aquí.
  2. Con todo el lío de la renta básica, de la que podríamos hablar largo y tendido, ha habido una explosión en redes sociales y en periódicos de derechas de criminalización del pobre, de culpabilizarlo, de hablar de él como de un vago que es pobre por que quiere. Al mismo tiempo hemos asistido al ensalzamiento de los ricos, los próceres de la patria, sus donaciones, sus “ya hacen bastante dando trabajo” sus “como puedes decir que es rico alguien con una renta disponible de 90.000€, lo tiene por que se ha esforzado”. Dejando a un lado el tema de rendimientos del capital y la desigualdad de recompensa-esfuerzo dependiendo del origen, diremos que el camino se abona para las posiciones próximas a la caridad, el paternalismo y la obligación a coger lo que se te ofrezca. Mala combinación.
  3. Luego tenemos las manis de ricos, o de personas acomodadas si os sentís menos mal con ese eufemismo. Al final, en una situación en la que hay gente que no puede poner pan en su mesa, encontramos imágenes propias de una peli de Buñuel con señora a la que su criada, asistenta del hogar si preferís, lleva del brazo a la protesta y le sujeta el cazo para que ella solo tenga que golpearlo con una cuchara, el señor que se manifestaba en mercedes descapotable conducido por algo parecido a un chófer o la señorita del barrio de Salamanca que le hacía una peineta en la cara a un policía nacional sin que acto seguido le abrieran la cabeza de un porrazo. Esto nos enseña que, cuando la cosa se pone fea hay desigualdad incluso para esto, no se manifiesta el que quiere, sino el que puede o como leí en un artículo de Joaquim Bosch “Cuando los más acomodados dicen que exigen sus derechos, en realidad están defendiendo sus privilegios”.

Mal me sabe, pero todo indica que la “nueva normalidad” va a ser como la vieja pero con más mala leche, ojalá aprendiésemos de todo eso de que hemos hecho esto juntos, que la contaminación se ha reducido, que la ciudad necesita más espacio para las personas, que hay que poner en valor los servicios públicos… pero me parece que esto va a ser flor de unas horas… lo que seguro que va a tener la “nueva normalidad” es futbol.

CRISIS SANITARIA: TERRITORIO, GOBERNANZA Y CONTROL SOCIAL.

 

La crisis sanitaria y la crisis planetaria.

Todo este asunto del coronavirus COVID19 y la crisis que ha generado, demuestra cuan precario es el equilibrio de nuestro estilo de vida y lo ha hecho de una manera mucho más efectiva que el cambio climático, ya que la afectación sobre nuestra cotidianidad ha sido casi inmediata, no ha venido de la mano de plazos de 50, 30, 20 años como ocurre con las políticas ambientales ni nos ha dado tiempo para prepararnos.

Debemos pensar también en las consecuencias que esta crisis tendrá en comparación con la crisis ambiental, ahora el “enemigo” al que queremos “vencer” es un virus (muy interesante el uso de lenguaje bélico y la búsqueda del enemigo común), pero ya veremos como “vencer” cuando el “enemigo” sea nuestro propio planeta y las condiciones de inhabitabilidad provocadas por nosotros mismos.

La crisis sanitaria puede tener muchas lecturas si la observamos desde distintos prismas, ahí van un par que nos parecen interesantes.

El territorio y la vida urbana.

Una cosa que ha dejado clara este virus es que nuestra ocupación del territorio es poco sostenible, no solo a nivel ambiental, también a nivel social y de salud. Las concentraciones de población, las densidades a las que nos sometemos hacen que un virus de estas características se propague con facilidad. Apostamos por la concentración ya que suponía un uso más racional del espacio y más sostenible, pero al plantear la ciudad como un producto de consumo la hemos hecho crecer sin más perspectiva que el rendimiento económico del suelo. Es así como hemos creado áreas metropolitanas casi ingestionables en la escala humana y social, pero fácilmente gestionables como áreas de acumulación económica. Ahora se da la vuelta a la tortilla.

La vida urbana, obviamente, se ha visto afectada por la crisis sanitaria. En primer lugar queremos hacer una aclaración y exponer que ahora las divisiones urbano/rural son casi inexistentes, así que al hablar de vida urbana podemos referirnos a la vida que se da en las relaciones humanas en casi cualquier espacio antropizado y en las redes territoriales en las que se inserta. Retomando, esta vida urbana se ve afectada ya que se han limitado físicamente, no socialmente y esto es importante y lo veremos más adelante, todas las relaciones que crean la vida urbana o, mejor aún, la vida en el espacio urbano. Pero preguntémonos ¿cuánta de esa vida no estaba definida y dedicada al consumo? ¿Cuánta de esa vida era comunitaria? Es decir, deberíamos pensar si la vida urbana anterior a la crisis sanitaria tenia de urbana algo más que el escenario o si era, como dijo Bauman, una vida de consumo. Cierto es que a mayor concentración, mayores posibilidades de consumo, pero pensar que la vida en pueblos que llamamos rurales, no está en ningún punto mediatizada por el consumo y por la vida urbana del núcleo denso más próximo, parece un poco ingenuo, a excepción de espacios límite muy aislados, despoblados…

Es asombroso ver como al distanciarnos físicamente y limitar nuestra capacidad de consumo en el espacio urbano, han empezado a surgir multitud de iniciativas comunitarias. Parece que, ahora que dedicamos menos tiempo a consumir, podemos dedicar más a nuestros semejantes. Encontramos personas que comparten recursos contra el aburrimiento, que ponen a disposición del resto materiales para la educación de los niños y niñas de la casa, que regalan su arte por los balcones… pareciera que, roto el binomio producción/consumo en el que se basa el capitalismo, en mucha gente ha aflorado el “buen salvaje” que llevamos dentro. Ojalá esto se pudiese mantener, ampliar, mejorar, pero las premuras económicas que conllevarán estos momentos de parón económico, supongo que harán que volvamos, con más fuerza y agobio, a nuestras vidas anteriores y creo que no será una casualidad.

Se diría que, al confinarnos, la vida y el espacio urbano han perdido sentido, pero ¿tenían sentido antes o no es más que el efecto de un sesgo de retrospectiva en el que cualquier tiempo pasado fue mejor? Según leo por ahí, nos acogemos a una vida urbana ideal, a un deber ser, pero que casi nunca fue en realidad. Esa vida urbana que añoramos por el confinamiento casi nunca ha existido.

Pasemos ahora a la unidad más pequeña de la vida urbana, la vivienda. Se nos ha confinado en la comodidad de nuestros hogares, o eso es lo que nos dicen en los noticiarios diseñados para la clase media, para toda aquella persona que se encuentre en la media, en la normal… ¿Qué hay de esa gente en Madrid que vive en bajos de 26m2 interiores por los que paga una barbaridad? ¿Esa es también la comodidad de su hogar? ¿Y los, en otro tiempo famosos, pisos patera o las camas calientes?¿Y las personas que no viven separadas por problemas económicos?¿Y aquellas que viven el peligro de compartir confinamiento con alguien que les odia a muerte? ¿Es todo eso la comodidad del hogar?

Nuestra vida urbana en la mínima expresión de las viviendas, no está preparada para el confinamiento y, lo siento ya que sé que esto no está de moda, pero es un problema de clases. Estos días habréis visto a deportistas confinados haciendo ejercicio en sus gimnasios, corriendo en su parcela de césped, paseando por salones 4 veces del tamaño del bajo de 26m2… Nuestra sociedad no está preparada para un confinamiento dado que no puede ofrecer el mismo cuidado para todas las personas confinadas y, esta calidad de confinamiento depende, de nuevo, de la capacidad económica. Tenemos gente en minipisos o pisos abarrotados que si no trabaja no cobra y acabará teniendo problemas para conservar esa vivienda, al tiempo que tenemos gente en mansiones que no necesita trabajar para mantenerlas. Hablo de los deportistas ya que es algo que hemos podido ver, pero pienso en todas las megafortunas del planeta, que buscan como pagar los menores impuestos posibles, impuestos con los que deberían funcionar políticas públicas como la sanidad y los servicios sociales, pero que luego hacen ostentosas y caritativas donaciones con beneficios fiscales, siempre menores al total de impuestos que deberían pagar, por supuesto.

Gobernanza y control social.

Ningún aspecto relacionado con esta crisis se ha gestionado de manera comunitaria, ningún plan ha contado con la comunidad como referencia. Como ocurriera con la participación, se sigue creyendo que somos demasiado tontos para formar parte de la decisión de los temas que nos afectan. Se ha preferido atomizarnos, individualizarnos, que seamos sujetos de las decisiones de otros y del miedo e inseguridad que estas generan, y así nos encontramos que cada uno va al supermercado a satisfacer sus necesidades individuales, en competencia con el resto, en lugar de organizar una red comunitaria de solidaridad y cooperación.

Pero, ¿una gobernanza comunitaria de crisis sería posible? ¿Qué características tendría? Y los más importante ¿de dónde sacaríamos tiempo para planificarla? Desde luego no sería sencillo, habría que definir unas unidades mínimas comunitarias, roles, turnos, comunicarlo, dejarlo claro y por escrito una vez consensuado y que fuese homogéneo y replicable. ¿Sería imposible? Pues no lo creo ya que en poblaciones pequeñas hemos visto que ha ocurrido y también con sectores concretos, como las personas mayores, han aparecido redes de apoyo. Obviamente siempre habrá que lidiar con personas egoístas e insolidarias, pero ¿acaso no lo estamos haciendo de todas formas?

No hay nada como un ambiente de miedo, inseguridad e incertidumbre para imponer unas decisiones desde arriba como las que estamos viviendo. El panorama que se nos presenta está a la altura de las mejores producciones de Hollywood: encerrados en casa, un enemigo invisible fuera, hospitales de campaña, cifras de bajas y un futuro totalmente incierto a nivel económico. 

De todo esto, la incertidumbre económica es muy preocupante por los problemas sociales que puede generar a largo plazo, las tensiones y la profundidad a la que puede llevar la precariedad heredada de la crisis inmobiliaria-financiera de 2008. Todo esto es más que probable que ocurra, la bolsa ha dado muchas pistas de que de esto se va a salir, sí, con ellos los primeros. Pero, ¿qué se espera de la gente dejada a la deriva? ¿qué se espera de nosotros cuando nos podamos abrazar pero no podamos comprar comida, o pagar el alquiler, o los recibos de servicios…?

Ahí es donde creo que es importante la lucha de los conceptos. Se habla de “distanciamiento social” cuando en realidad esto es un distanciamiento físico, se nos aparta a unos de otros en el espacio, se nos pone lejos en lo físico, pero espero de verdad que no nos distancien en lo social.  De momento parece, como he comentado, que en lo social siguen ocurriendo cosas, ingenuas, naïf , si se quiere, pero ocurren. Si al final es así, si acaba siendo un distanciamiento social es cuando se pondrá en peligro la solidaridad que vemos ahora, o parte de ella. Si se nos individualiza en lo físico y en lo social es cuando podemos empezar a ver, de manera generalizada, al diferente como amenaza, como competencia, como enemigo. El otro día escuche a un afamado periodista que de estas situaciones se puede salir o potenciando o recortando las libertades,  si el distanciamiento se vuelve social habrá una respuesta clara a esa dicotomía.

Parece que se nos ha apartado físicamente pero nos hemos acercado como ente social, de nuevo digo que probablemente de manera muy circunstancial, pero espero que esto sirva para que la solidaridad vaya a más y no a menos, para que recordemos que, quienes más sufren hoy, muy probablemente también sufrían ayer y sufrirán mañana.

Conclusión: hacia una vida menos insufrible.

No es propósito de este blog definir un programa político de largo recorrido que solucione los problemas del mundo, de hecho lo que sigue no son más que ideas a vuela pluma, una carta a los reyes desde lo que creo que es el sentido común a la hora de contestar a la pregunta ¿que podemos aprender de esto? ¿qué cambios habría que llevar a cabo?

Hay una cosa que me parece muy obvia. Estamos preparados para una hipotética guerra con alguien, tenemos contratos de suministros de misiles, aviones de combate, fragatas, tanques… que espero que no utilicemos nunca, como poco no los hemos utilizado hasta ahora, pero no tenemos mascarillas para los sanitarios, no tenemos respiradores, no tenemos camas de UCI, ni espacio en los hospitales. No digo nada sobre cuestionar el gasto militar, ya habrá tiempo, pero si tenemos todo ese material militar “aparcado” creo que debemos pensar en tener también hospitales con espacio vacante de sobra, palés y palés de mascarillas, respiradores en un almacén sin estrenar y, sobre todo, debemos plantearnos si estos recursos deben depender del mercado global, de las redes comerciales de la globalización… o si deben asegurarse en su fabricación y suministro.

Otra cosa importante es la necesidad de definir políticas y los aspectos educativos de las mismas, orientadas al fomento de la solidaridad y la justicia social, para poder vivir esa vida urbana que esperamos que exista de manera no testimonial, que no sea la excepción sino la regla. En este aspecto urbano recuperar la escala parece algo necesario, ocupar el espacio con eficiencia implica no utilizarlo como valor de cambio si queremos que la escala humana sea posible. Es complejo plantear el recuperar la escala humana en el Área Metropolitana de Barcelona o en la conurbación de Madrid, pero tendríamos que empezar a pensarlo como estrategia para una ciudad más equitativa y un sistema menos depredador con el medio. A nivel de vivienda es impensable que esta siga siendo un bien de consumo, cuando es algo que se debe asegurar a todas las personas con unas condiciones mínimas y adaptables al ciclo vital para que, realmente, nuestro hogar sea ese espacio de comodidad y no de pesadilla.

A nivel económico y de cuidados, la renta básica empieza a ser un elemento incuestionable, esta crisis lo ha hecho evidente, pero ya lo era anteriormente. No puede ser que todos los cuidados en los que basamos la acumulación en el sistema capitalista sean a cuenta de los y, sobre todo, las cuidadoras. Realmente este no es un cambio profundo ni revolucionario, no implica hacer caer el sistema, por muy deseable que pueda parecer, simplemente supone partir de una situación económica más justa dentro de este capitalismo.

A nivel de gobernanza sí se necesitan cambios profundos, hay que definir una manera más colaborativa para la gestión de los problemas, hay que dar tiempo para que las personas se impliquen en estos sistemas y que no dependa siempre de su tiempo libre, hay que establecer una educación cívica, comunitaria si se quiere, que nos prepare para la cooperación, hay que definir canales de información eficaces, trabajar en los barrios e incluso comunidades menores dependiendo de la escala. Todo esto implica un gran trabajo que hay por delante y que empieza a ser realmente urgente ya que, gran parte de los procesos de participación que se realizan, no tienen una verdadera capacidad de influencia en la organización de la gobernanza.

Para finalizar parémonos a pensar; en estos momentos vivimos un experimento social a escala planetaria como no se ha visto antes, la información que se saca de esto no es poca cosa, los creadores de algoritmos, los asesores políticos, las empresas de publicidad… no se han visto en otra. Los resultados de todo esto ya los veremos, pero sería de bobos pensar que esta información no va a utilizarse por parte de Bill Gates, Google, Facebook o cualquier ”Cambridge Analítica” que haya por ahí. Esto es preocupante en sí mismo, pero también lo es por lo que ha dejado de tener importancia, lo que ha dejado de estar en las conversaciones ya que todo se monopoliza por el coronavirus. Temas como el cambio climático han dejado de estar en el debate, noticias como que se ha autorizado al INE el uso de nuestros datos de operadoras móviles para monitorizar nuestros movimientos o la crisis de refugiados han desaparecedo de la primera página, casi diría que de todas las páginas. Preocupa también que, cuando todo esto pase, estos temas no serán prioridad de la gente, ocupada en otras cosas como su subsistencia inmediata. Costó que estos problemas y las políticas que se les asocian estuviesen, de forma precaria, dentro de las prioridades, pero va a costar bien poco que dejen de estarlo. 

Mientras todo esto pasa, cuidémonos, pensemos de manera crítica y preparemos el envite… por si acaso.

Evolución urbana y poder

El desarrollo de la ciudad o de los asentamientos humanos si se prefiere, ha ido desde el origen vinculado al poder de turno. Hay imágenes muy gráficas sobre esto que le debemos al cine y la literatura, por ejemplo el retrato de la sociedad feudal que aparece en “El nombre de la Rosa”, pero mi preferida es la que ofrece la película “Gangs of New York” en la que el grupo de desfavorecidos por esa nueva ciudad se matan en las calles de Five Points, habitan cuchitriles, se les obliga a alistarse para la Guerra de Secesión, viven de la corruptela y el chanchullo en un ambiente cargado, casi salvaje; mientras existe otra ciudad “urbanizada”, con jardines, grandes casas, lujos, en la que se vive ajeno a todo esto, hasta que llega un momento en el que el vulgo invade este espacio del poder, momento en el que el ejército, formado por estos desfavorecidos, sofoca el motín urbano a golpe de bayoneta y culata contra “los suyos”.

Así funciona la ciudad, desde siempre espacio de desigualdad y de pugna del poder contra sus súbditos, aquellos a los que se les permite sobrevivir en la ciudad con diferentes niveles de confort dependiendo de la fase del capitalismo en que enmarquemos a esa ciudad en cuestión. La verdad es que ese dicho de “el aire de la ciudad nos hace libres” solo fue cierto para un grupo concreto, aquellos que acumularon el suficiente poder económico para dar el paso de la edad media a la edad moderna, del poder del clero y la nobleza al poder de la burguesía, poderes todos que, por supuesto, moldeaban un territorio, un espacio concreto.

Este espacio siempre ha tenido unos beneficios para el poder (diezmos, rentas, segregación…) que le han sido negados al los desposeídos, a los villanos, al lumpen, a las clases bajas, y que han alimentado el cebo del “ascensor social” para las “clases medias”, si es que han existido alguna vez. El poder ha permitido la evolución, el crecimiento, la democratización de algunos derechos, básicamente centrados en el consumo urbano (adosados para todos, o casi todos) que desemboca en las sucesivas burbujas, en las que el poder urbano gana y los pringados subidos al ascensor social, claramente pierden.

En esta evolución existe un momento clave y que clarifica la relación ciudad-poder, la Revolución Industrial. La Revolución Industrial da pie al surgimiento de una nueva burguesía, la burguesía industrial, un poder económico desbocado que se basa en la explotación de hordas de trabajadores y sus familias venidos del campo en busca de esos aires de libertad que nunca se concreta. Más al contrario, el mantenimiento de la fastuosidad de la burguesía industrial, basado en la acumulación de riqueza sin paliativos, implicó trabajo infantil, jornadas extenuantes, millones de horas de trabajo femenino dedicado a cuidados con remuneración cero y una conformación del espacio urbano muy concreta: la burguesía acomodada, higiénica, ordenada en una ciudad de calidad; el proletariado hacinado, enfermo, soportando un espacio urbano (¿?) absolutamente precarizado y prescindible.

Ese desorden espacial, esa explotación, también generó grandes redes de solidaridad que amenazaron el poder industrial con sabotajes, huelgas, revueltas… ya que el poder no había medido bien la fuerza intrínseca que generaría esa densidad descontrolada de personas desposeídas, densidad que puede ser elemento fundamental para una praxis social diferente como Georg Simmel analizó en su ensayo “La cantidad en los grupos sociales”. Contra esto el poder reaccionó cerrando filas, creando las aseguradoras, la banca privada, subvencionando la construcción de acuartelamientos del ejército y empezó a darse forma a la ciencia del control urbano, el urbanismo.

El urbanismo elevó la segregación a dogma de ciencia, ordenó, es decir, introdujo orden y control, a las zonas proletarias de la ciudad, dio unas mínimas condiciones de vida a cambio de acabar con esas revueltas urbanas a golpe de escuadra y cartabón, aniquiló el espacio creado por las redes de solidaridad ofreciendo grandes paseos y bulevares en los que se hacía imposible levantar una barricada, pero por las que se movían sin problemas los cañones de artillería. De esta nueva conformación urbana, que creció de la mano de la vivienda social y de la imagen del magnate caritativo y filantrópico, aparece la posibilidad de leer la ciudad como un mapa social de los grupos y actividades que habitan cada uno de los espacios de la segregación, análisis de la ciudad que tiene su máximo exponente en la Escuela de Chicago.

La ciudad en el capitalismo es, por tanto, un chantaje continuo del poder. El poder ofrece una mejor ciudad en lo material a cambio de una menor beligerancia en lo social, a lo que en los años 50, 60 y 70 del siglo pasado se le opuso una postura que planteaba la ciudad como espacio experimental, lugar de plasmación política, campo de batalla de las desigualdades; conceptualizaciones que podríamos atribuir a la Internacional Situacionista en sus diferentes épocas. Todo este plan de oposición al urbanismo del poder acabaría en teorizaciones muy interesantes, pero con influencias prácticas cada vez más residuales, como por ejemplo el derecho a la ciudad de Lefebvre, los movimientos sociales urbanos del primer Manuel Castells, la desigualdad urbana de D. Harvey, y posteriormente en análisis sobre la gentrificación en Neil Smith, la influencia del área regional en el desarrollo social y económico de Edward Soja o las ciudades en el mundo globalizado de Saskia Sassen, por poner algunos ejemplos.

Aunque como decimos, la influencia de las teorizaciones urbanas no tienen grandes influencias prácticas, es evidente que ha seguido habiendo revueltas urbanas, en Los Angeles en 1992, en las periferias parisinas en 2005, en España Gamonal en 2014 y Murcia en 2018 por el soterramiento de las vías del AVE y un largo etcétera… El poder ha respondido a estos movimientos como siempre, con la fuerza para reprimir y con el chantaje para comprar voluntades. 

En conclusión podemos decir que el poder urbano ha evolucionado con la ciudad, pasando de negar todo a ofrecer todo aquello que puedas pagar, eliminando paulatinamente cualquier posibilidad de una ciudad emancipadora y asegurando que las rentas sigan fluyendo en la dirección correcta.

La intervención en Centros Históricos: una aproximación crítica 2

El verano se acerca y las vacaciones vienen con él, o eso esperamos. Para enfrentar esta parda hasta finales de agosto, os dejamos con la segunda parte del post sobre intervención en Centros Históricos. Buen verano y lean, lean…

 

Conceptos sobre intervención urbanística y centros históricos. 

Hablaremos de tres conceptos sobre la intervención urbanística asociada a los centros históricos que nos parecen clave (entendemos que cada uno de ellos podría protagonizar su propio post, así que tomadlo como unas pequeñas aproximaciones): 

  • Gentrification: procesos de invasión / sustitución 
  • Austeridad urbanística 
  • Urbanismo crítico / participativo

Siguiendo un estudio de Fernando Díaz Orueta sobre reestructuración urbana y cambio social, podemos decir que las pautas de crecimiento de la ciudad generan la especialización, aumento de la necesidad de movilidad y profundizan la diferenciación social (1). Dentro de esta lógica se encuentra el proceso de invasión / sustitución (gentrification) definido en un primer momento como el proceso a través del cual en los antiguos barrios populares se asienta población de elevados recursos económicos que desplaza a los antiguos residentes, aunque el proceso ha ido ganando en complejidad hasta verse convertido en una estrategia básica de los procesos de acumulación neoliberales en las ciudades (2). 

Estas estrategias de revitalización urbana de Centros Históricos de las que hablamos,  normalmente encubren estos procesos de reorganización de clases sociales en la ciudad, ya que el espacio central y monumental aporta un plusvalor económico y de prestigio a los grupos sociales que lo habitan. Por tanto estos grupos, que ya abandonaron el centro en su momento, se vuelven a ver atraídos por él, no solo por su valor simbólico, también por las posibilidades de hacer negocio.

 
Este proceso necesita de unas condiciones previas para tener lugar, estas son: 

  • La suburbanización / periferización de la ciudad. 
  • Desinversión y abandono físico. 
  • Abandono de viviendas. 
  • Paso a la inversión: momento de inflexión (aprobación de planes). 
  • Reinversión a gran escala: aparecen inversores privados. 
  • Financiación institucional. 
  • Reforzamiento de los paisajes urbanos y los modos de consumo asociados a la población de elevados recursos económicos (3).

 
Es tras este proceso cuando se da normalmente la invasión / sustitución, pero hay que tener en cuenta los contextos locales para poder caracterizar bien el proceso, ya que puede darse la misma enumeración, pero en orden diferente.

El siguiente concepto al que vamos a hacer referencia es la “austeridad urbanística”. Este concepto fue acuñado por Giuseppe Campos Venutti en los años 70 y puesto en práctica en la región italiana de la Emiglia – Romana con un éxito relativo.Como explica el propio autor: 

“La esencia de la austeridad urbanística se podría resumir así: dirigirse más al interior que al exterior del organismo urbano, buscar una reorganización de la ciudad existente antes que su expansión indiscriminada, cuidar la calidad de vida ciudadana en vez de aumentar el número de habitantes” (4).

 
Por otra parte se planteó conjuntamente el “Plan de las cinco salvaguardas”, destinadas a una protección integral de la ciudad y el territorio y centradas en: gestión pública, criterios de protección social y de usos productivos (no a la sustitución poblacional ni de usos), protección ambiental,  y apoyo a la planificación (5 y 6).

 
Retomar estos preceptos de recapacitación sobre el crecimiento de las ciudades, vista la imposibilidad actual de convertirlas en lugares más interesantes y emocionantes, nos permitiría al menos un crecimiento no tan caótico y un mantenimiento de estándares de tamaño más sostenibles, ya que el crecimiento en mancha de aceite que caracteriza la ciudad actual implica el abandono de las zonas interiores, es decir, crecemos hacia el exterior mientras el interior de la ciudad se deteriora, para luego volver al centro mientras se deterioran las periferias en un ciclo depredador sin fin. Esto se da porque el crecimiento lo marca el mercado especulativo del suelo y no la lógica en la ocupación del territorio y lo estamos volviendo a ver en este contexto post-crisis inmobiliaria.

Por último afrontaremos la explicación de lo que yo entiendo por urbanismo crítico muy unido al participativo. Yo caracterizaría al urbanismo crítico como aquel que pretende generar cambio social más que gestionar las desigualdades producidas por el desarrollo urbano. Por desgracia el urbanismo actual se centra como mucho en lo segundo y cuando no, planifica sin tener en cuenta esas desigualdades. No digo que no haya que trabajar las desigualdades que provocan las diferentes formas de acceso a la ciudad, pero sí creo que la crítica debe generar un cambio que casi impida estas desigualdades.

Pero, ¿cómo generar cambio social? Aquí es donde entra la participación, haciendo que las personas retomen la autonomía a la hora de enfrentarse al problema del crecimiento urbano (ejemplos no faltan), delegando en la clase política como mucho la gestión, pero nunca la decisión. Eso sí, para que esta estrategia funcione deben haber muy buenas campañas de información y una implicación real de todos los ciudadanos ya que no puede haber participación desde el desconocimiento, en otras palabras, debe fomentarse la cultura participativa, tanto en la sociedad como en la propia administración. Más allá de todo esto debemos hacer frente a la pseudo-participación, a procesos enfocados en cumplir trámites, procesos unidireccionales en los que las personas que participan no son más que excusa administrativa. Creo que muchas de las personas que lean esto, y que compartan campo de batalla con nosotros, habrán sufrido este tipo procesos de los que tendremos que hablar largo y tendido en este blog.

Como conclusión, la pretensión final de esta participación, y de la propia intervención urbana, ha de ser la mejora de la calidad de vida, el garantizar ese derecho a la ciudad que hoy vuelve a estar de moda, esperemos que manteniendo el contenido crítico que le daba su creador H. Lefebvre (7).

 

Notas

1 Díaz Orueta, F.; “Reestructuración urbana y cambio social: ¿La conformación de un nuevo orden espacial?”. A día de hoy no puedo confirmar si este estudio se ha editado. 

2 Para hacernos una idea de la complejidad consultar Martínez, R. «La gentrificación y el enemigo disponible» en https://nativa.cat/2019/07/la-gentrificacion-y-el-enemigo-disponible/

3 Carpenter, J. y Lees, L., “Gentrification in New York, London and Paris: an international comparison”, en International Journal of Urban and Regional Research, no 19, 1995, pp. 286 – 303.

4 Campos Venutti, G., “Urbanismo y austeridad”, editorial Siglo XXI, Madrid, 1981.

5 Lourés Seoane, Ma Luisa; “Centro histórico e investigación urbana en América Latina”, en América Latina Hoy, no 15, 1997, pp. 41 – 53.

6 Aimeur, C. «El desconocido libro que cambió la historia de València» en https://valenciaplaza.com/el-desconocido-libro-que-cambio-la-historia-de-valencia

7 Lefebvre, H. “El derecho a la ciudad”, ediciones Península, 1973 (Reeditado por Capitan Swing en 2017, pero sin el prólogo de Mario Gaviria).

La intervención en Centros Históricos: una aproximación crítica 1

Volvemos a esto del blog con una reflexión sobre urbanismo y Centros Históricos que nos llevará un par de posts; en este primero hablaremos básicamente del contexto en el que se produce la actuación y las bases que la guían, tan negativas en muchos casos. En el segundo hablaremos de los conceptos más importantes que han servido de crítica a estas formas de intervención como la gentrificación, la austeridad urbanística o el urbanismo participativo. Este último y su componente de urbanismo crítico nos servirá para llenar más posts y se convertirá, esperamos, en centro de la reflexión de este blog. Disfruten.

 

Introducción a los Centros Históricos y sus problemáticas.

Siguiendo las tesis de E. Martínez (1) podemos definir el centro histórico como una categoría que identifica las ciudades y las diferencia entre si. El centro histórico recoge las formas urbanas anteriores a los sucesivos impactos de la economía capitalista a nivel socio-urbano, a saber, formas urbanas pre industriales cuando hablamos de centros medievales o formas urbanas previas a los ensanches cuando hablamos de centros industriales de los siglos XVIII y XIX. Por tanto podemos decir que corresponden a contenidos sociales, económicos, políticos, culturales y urbanísticos muy diferentes a los que se dan en el S-XX con la explosión del crecimiento urbano.

Como hemos dicho la importancia del centro histórico radica en su papel de espacio diferenciado y diferenciador de la ciudad; es por ello que también es foco de problemáticas , que si bien no son originales, si que se dan en el centro de forma particular. Estas son:

  • Parque de viviendas envejecido y a veces mal conservado.
  • Problemas poblacionales relativos al despoblamiento: hay pocos habitantes y los que hay normalmente tienen bajos recursos.
  • La ciudad nueva se desarrolla a espaldas del centro y con políticas poco integradoras a todos los niveles.
  • Foco de movimientos especulativos.

Ejemplos no faltan pero citaremos tres: El Raval de Barcelona, El Carmen de Valencia y el centro histórico de Alcoi (uno de los más grandes de la C. Valenciana).

 

La intervención en los centros históricos.

La intervención en los centros históricos se basa normalmente en procesos de sustitución a cuatro niveles: poblacional, edificativa, de usos y de memoria. Estos procesos de sustitución se agravan al referirnos a centros proletarios / populares.

Estas sustituciones están muy relacionadas entre sí, ya que no se dan las unas sin las otras e incluso son a veces condición imprescindible para que se puedan dar. La sustitución de usos tiene mucho que ver con lo que se llaman “tramas polifuncionales”, es decir, espacios urbanos en los que encontramos conviviendo todas las funciones urbanas (residencial, comercial, industrial, …) de forma más o menos armónica. Esta convivencia responde a la lógica urbana previa a la especialización radical de espacios propia del urbanismo post Le Corbusier.

Esta sustitución de usos se centra en desmembrar la trama polifuncional y especializarla en uso residencial, en el caso de centros proletarios / populares, o en usos terciarios (comercio, turismo, ocio, …) , en el caso de las zonas nobles o burguesas. Aunque es cierto que esta distinción cada vez es más difusa, sobre todo en lo relativo a usos turísticos y el impacto de las plataformas como Airbnb.

La sustitución edificativa consiste en convertir barrios enteros en solares enormes sobre los que se edifica y urbaniza de nuevo, borrando todo rastro de aquello que existía previamente. Esta sustitución edificativa afecta más a los centros históricos proletarios / populares ya que normalmente se encuentran peor conservados y no encontramos en ellos edificios monumentales propios de la burguesía modernista o de la nobleza y el clero medievales, aunque tenemos que poner de manifiesto que esta concepción del valor histórico, centrada en edificios y monumentos de las clases dominantes, es bastante estrecha en su visión y aunque es cómoda para la administración no es en absoluto real, ya que como dice el profesor Fernando Chueca Goitia;

“Al estado llano de la historia corresponden en la ciudad las casas vulgares, que se apiñan unas a otras en formas expresivas, lo mismo que los monumentos singulares representan las personalidades dirigentes. Separar, por consiguiente, el palacio de las casas burguesas o de las populares, es como remover una frase de su contexto. Lo que hay que interpretar es la ciudad en su conjunto.” (2)

Por tanto, con esta sustitución, los centros históricos quedan huérfanos al desaparecer el rastro de uno de los grupos sociales que los hicieron nacer y al mismo tiempo pierden coherencia al pervivir únicamente las zonas pertenecientes a clases pudientes.

De la misma forma, y más allá de criterios históricos, con esta sustitución edificativa perdemos en el centro histórico “lo que en términos urbanísticos denominamos una estructura de espacios frente a la periferia que vendría a ser un estructura de volúmenes o sólidos” (3).

Está claro que si hay que hacer desaparecer los edificios habrá que hacer lo mismo con las personas que los habitan, por tanto habrá, como hemos indicado, una sustitución poblacional. De todas formas esto podría no ser así, bien realizando intervenciones que no arrasaran con los edificios, bien teniendo buenos planes de realojo que permitieran volver a los habitantes originales tras la intervención, pero siendo más realistas debemos decir que esto no ocurre así en casi ningún caso, ya que las intervenciones se hacen pensando en posibles inversores futuros y no en los habitantes actuales, que normalmente no pueden hacer frente a los gastos que supone una intervención de ese tipo. Las reestructuraciones urbanas también implican reestructuraciones económicas y sociales como veremos más adelante.

Por último hemos enunciado una sustitución de la memoria muy relacionada con lo que hemos dicho sobre el resto de sustituciones. Al pervivir solamente las zonas nobles y/o burguesas se falsifican unos periodos históricos en los que la pugna social se podía observar sobre todo en la desigualdad reflejada en el acceso a la ciudad. Esta falsificación hace perder a la ciudad su aspecto pedagógico y la convierte en un museo de la arquitectura de las clases dominantes. Como dice Miguel Amoros estas intervenciones tratan de organizar el olvido (4).

Estos planes suelen contar con el beneplácito de la administración pública (que a veces incluso las promueve), e incluso en ciertos casos, que no en todos, son legales (homologaciones, PRI, agente urbanizador, …), pero nunca legítimas.

 

Notas

1Martínez, Emilio “Centros históricos en perspectiva. Observaciones sociológicas al análisis y la planificación territorial”, en Revista Catalana de Sociología, 14, 2001, pp. 87 – 103.

2Chueca Goitia, Fernando; “Breve historia del urbanismo”, Alianza editorial, Madrid, 2001, p.38.

3 Martínez, Emilio “Centros históricos en perspectiva. Observaciones sociológicas al análisis y la planificación territorial”, en Revista Catalana de Sociología, 14, 2001, pp. 87 – 103.

4 Amorós, M.; “Urbanismo y orden”, en Amorós, M.; “Las armas de la crítica”, Likiniano elkartea, Bilbao , 2004, pp. 95 – 109.

Jornades «La ciutat participada»

El divendres 21 d’Octubre monoD estudio participarà en les Jornades «La Ciutat Participada», organitzades pel col·lectiu Continent sense contingut. Un col·lectiu, en la seua majoria arquitectes, que porta uns anys reflexionant sobre els espais buits en la ciutat d’Alacant. Ens ve de gust molt formar part, d’alguna forma, d’aquesta iniciativa i ens acostarem a les Jornades per a tractar el tema de la participació en la ciutat des de la seua perspectiva més sociològica i política. Una reflexió de com es pot articular en organització social aquell teixit que participa dels assumptes de la seua ciutat, les seues possibilitats així com els seus límits en el context del que es diu la crisi en la ciutat neoliberal.
Donem l’enhorabona a la gent de Continent sense Contingut, doncs sabem el que costa a Alacant tirar a caminar aquest tipus d’iniciatives, esperem que aquest siga un gran començament i que amb aquest es vagen aportant noves accions que sumeixen.

Més informació, PROGRAMA i INSCRIPCIONS en: http://contsincont.blogspot.com.es/


El viernes 21 de Octubre monoD estudio participará en las JOrnadas «La Ciudad Participada», organizadas por el colectivo Continente sin contenido. Un colectivo, en su mayoría arquitectos, que lleva unos años reflexionando sobre los espacios vacíos en la ciudad de Alicante. Nos apetece mucho formar parte, de alguna forma, de esta iniciativa y nos acercaremos a las Jornadas para tratar el tema de la participación en la ciudad desde su perspectiva más sociológica y política. Una reflexión de cómo se puede articular en organización social aquel tejido que participa de los asuntos de su ciudad, sus posibilidades así como sus límites en el contexto de lo que se llama la crisis en la ciudad neoliberal.
Damos la enhorabuena a la gente de continente sin contenido, pues sabemos lo que cuesta en Alicante echar a andar este tipo de iniciativas, esperemos que este sea un gran comienzo y que con este se vayan aportando nuevas acciones que sumen

 

 

Últims projectes finalitzats

 

blog projectes1Portem uns mesos embarcats en diversos projectes alguns ja acabats, uns altres en procés i uns altres començant. La gran majoria d’ells realitzats en col·laboració amb diversos equips entre els quals es troben els amics de Pla Estel*, Urbanins i La Dula…en tots ells seguim incorporant la nostra mirada sobre la recerca social i participativa, però a més ara li anem sumant tot l’aprenentatge compartit entre els diferents equips amb els quals treballem i col·laborem i també amb tots la gent amb la qual ens hem anat creuant.
A continuació us volem presentar un xicotet resum de cadascun dels projectes ja finalitzats perquè conegueu una mica en el que hem estat treballant:

Tallers participatius Sagunt: En aquest projecte vam estar realitzant l’assessorament, disseny i acompanyament del àmbit participatiu dins del Pla Estratègic Ciutadà per millorar el turisme a Sagunt. Es van realitzar una serie de tècniques d’investigació social per diagnòsticar la situació del turisme a Sagunt així com es van portar a terme uns tallers participatius en les quals van anar encadenant els resultats de cada exercici amb les consegüents reflexions per tal de construïr de la manera més col·lectiva possible el discurs emergent del municipi envers el turisme.

Recerca social i participativa Plaça del Maresme. Premià de Mar: Aquesta investigació es va portar a terme dins del Projecte de millora urbana de la plaça del Maresme a la localitat de Premià de Mar, es cercava analitzar el context soci-urbà del que forma part l’espai públic de la Plaça del Maresme, aquesta recerca qualitativa i participativa relacionava l’espai públic amb el seu entorn social per a així determinar millores d’intervenció que anaren encaminades cap al desenvolupament comunitari i la millora social i urbana de l’espai públic en qüestió.

Diagnòstic participatiu Barri de Sant Roque. Molina de segura: En aquest projecte vam estar donant suport i assessorament des de la investigació social i participativa al projecte de Rehabilitació urbana del Barri de San Roque, en Molina de Segura. Aquest assessorament es va completar amb un diagnòstic participatiu on es van extraure propostes de millora a través dels tallers realitzats amb el teixit social del barri.

Tallers de participació Pla d’ocupació Barcelona: Acció participativa que es desprèn de la finalització de la vigència del Pla de Xoc contra l’Atur Juvenil i dins dels treballs del nou Pla d’Ocupació Jove. Aquesta acció implica la realització d’unes sessions de treball col·laboratiu que validen i proposen millores en relació als diagnòstics existents sobre la situació dels joves al mercat laboral. Es van realitzar tallers els dies 10 i 15 de juny de 2016. Aquests tallers donen suport i són complementaris al treball realitzat dins del Pla d’Ocupació Jove, els resultats aporten propostes i idees provinents dels participants que s’afegiran als diagnòstics i disseny d’accions realitzats prèviament al marc del nou Pla.

Procés Participatiu Joves i espai públic Barcelona: L’interès per connectar les necessitats i propostes dels
joves amb els espais públics de la ciutat de Barcelona va suposar iniciar un procés participatiu que no només buscava conèixer quines accions municipals es poden iniciar per part del sector de joventut a nivell de ciutat sinó que, des d’una mirada territorial, es poguessin definir les necessitats dels joves en l’àmbit dels barris. En base a això, l’objectiu va ser proposar unes millores per permetre que siguen els propis joves els qui proposen accions municipals properes a les seves realitats. El procés participatiu “Joves i espai públic”, es va dur a terme durant els mesos d’abril, maig i juny de 2016, emmarcat dins del Pla d’Acció Municipal (PAM) de la ciutat de Barcelona.

Conferencia en Habitat III

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El martes día 5 de Abril participamos dentro del encuentro sobre espacios públicos organizado por ONU-Habitat en Barcelona. La conferencia fue coordinada por Pla Estel* y junto con ellos estuvimos monoD y el equipo de Urbanins . Bajo el título de «Participatory culture: public space and decision-making processes» los tres equipos realizamos un recorrido por lo que son los procesos participativo en los espacios urbanos públicos, cómo se llevan a cabo y sus consideraciones fundamentales.  La importancia y el valor de devolver la ciudad a sus habitantes, que sean los ciudadanos los que se apropien de sus entornos urbanos para poder formar parte de la toma de decisiones en el momento en el que transforma la ciudad.

La conferencia dió pie a un gran debate junto con los asistentes, entre otras cuestiones se habló de la necesidad de que las administraciones públicas aprendan sobre cómo son los procesos participativos.